miércoles, 20 de enero de 2010

De gracias y Desgracias.


De rabia, de aquella que nunca me aventuro a sentir.
De pena, y  lagrimas… por esos que si fueron besos, y este que si es dolor.
Por mis sonrisas que nunca, nunca fueron falsas… y tus bromas que en verdad no eran tan aburridas.


...Y debo confesar que noviembre si fue el mes más feliz del año y que aún guardo tus regalos entrañados en algún rincón del cuarto, escondidos de la hipocondría… Pero no me sirve tanto  cuando a ratos pienso algo “no tan gracioso” y miro al lado articulando una frase de génesis abortada, pariente de un aliento desalentado .


De gracias, como los monos, por derribar murallas invisibles, que son las más difíciles porque de éstas nunca se sabe hasta que caen y suenan fuerte como advirtiendo el peligro venidero. Lo indiscreto es que para entonces no hay caminos para arrancar ya que en casi todos los casos… no es la intención oirlos, caminante no hay camino hacia donde nadie quiso ir antes.


Yo fui ese casi que escuchó el llanto de los cristales con un  fuerte scrach! (probablemente amplificado por mis sentidos algo entorpecidos del momento)…  y haciendo camino al andar corrí tan obnubilada y torpe que tropezaba sin advertir el dolor temerosa del mismo.


Asumir con daño por condenas de la memoria emotiva cosas que de cuna son bellas, no es fácil, te sientes deseante y temeroso. Te sientes cobarde… pero te muestras más duro para no prestar sospechas.


Desgracias que la comunicación no solo se predica, aunque el predicar sea un acto comunicativo. Desgracia que mi pasión es torpe, asfixiante y por más quemante que sea no sabe luchar.


Pero aunque Des-gracia y Des-consuelo sean mis ángeles consejeros. No esperaba un Des-aire, tan poco fresco como el aire mismo… No esperaba, nunca espere… porque esperar me Des-espera.


Y finalmente Des-esperanza.

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